viernes, julio 30, 2010

Ahora habría tanto que decir...

Haberse negado desde temprano a sentir más de lo que pocas veces me he permitido, pero eso no lo es todo. La felicidad tiene que ser otra cosa.
Bajo lunas y lunas que siguen su ciclo, cuántas preguntas, cuántas palabras para llegar al mismo desconcierto.
En plena tregua, falsa. Palabras, a veces propias, no, sólo las ideas, la forma.
Entre gentes, calles y perros y carros, qué pretendo que sepas, ¿tú? No, no. Es tan sólo el presente superficial. Esta inacción de lo que se cree que puede llegar a hacerse, llegar a ser. Porque habría que retroceder un poco y verlo todo. Sí, porque lo siento, pero ¿no lo quiero? ¡Quizás lo quiero! Otra vez la negación, la búsqueda del motivo.
La equivocación habría sido no levantar un muro, crearlo con papel, habría sido sólo el intento fructífero en casi nada.
Por dentro la claridad comenzaría a difuminarse a perderse como una silueta a la que no se le distingue el ir o venir, como el recuerdo que tendrías de mí. Los instantes ignorados.
Ese milagro catastrófico, embriagante pero en cierto falso en ambas partes, de este y del otro lado, convirtiendo, transformando dualidades.
Porque ese sabor prohibido se hizo propio, pronto la ironía hizo acto de presencia... y afuera el mundo continuaba y el mundo se apoderó de los intentos, los hizo suyos, todos; personales y no, compartidos y no, opacó los regresos, ignoró cualquier valor y evidencia con o sin intención, retrocediendo y avanzando.
Eso no funciona, ¿lo sabe? Aún no vemos la resistencia que habría de terminar en cenizas.
Lo soporto con la algarabía del disfrute falso; el suyo, el tuyo y el mío. Guardárselo o no, dónde está la opción. ¿A quién le es permitido decidirlo?

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