sábado, abril 02, 2011

De ir tropezando...

¿Ya no duele?

Dejé de ponerme el disfraz de ventura inherente y hoy ya no recuerdo el momento en que dejé de hacerlo.

Si todo resvalaba con tan singular ligereza, hasta que, por alguna ignorada razón, llegué a creer que contar los desasosiegos, los aminoraba. ¡Vaya manera de aislarse del resto del mundo! Mostrando semejante debilidad.

Estúpido coraje, ¿de qué sirve ahora?

Mi eterno delito, la impericia de olvidar cómo funcionaba el silencio. ...Hacia el inicio del intento por volver a la capacidad/necesidad de mentir, el disfrute -a veces- anodino, la falsa tregua, la incredulidad en las palabras por la superación, las promesas y los amores de otros.

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